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El arte del flamenco une a dos generaciones en la residencia San Francisco de Javier gracias a la escuela de Yésica Vargas

Las bailarinas emocionaron a los residentes durante todo su espectáculo y les hicieron bailar y cantar villancicos


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Redacción

El sol empezaba a caer, tiñendo el cielo de un cálido tono naranja, cuando las risas de unas niñas resonaban en los pasillos de la residencia de ancianos San Francisco de Javier de Villanueva del Ariscal. Era un día especial: un grupo de pequeñas bailarinas de la escuela de flamenco Yésica Vargas había preparado una actuación de flamenco para alegrar el ambiente y compartir su arte con los residentes en plena época navideña.

Las niñas, vestidas con coloridos trajes de volantes en tonos naranja y negro confeccionados por la modista Patricia Herrera, se movían con gracia y entusiasmo. Cada una de ellas llevaba sus cabellos recogidos en bonitas trenzas adornadas con flores, lo que les daba un aire festivo. Su maestra, con una sonrisa de satisfacción, les dio las últimas instrucciones antes de que comenzara el espectáculo.

Los residentes, curiosos y emocionados, se acomodaron en las sillas del salón. Sus rostros, marcados por el paso del tiempo, se iluminaban al ver la alegría de las pequeñas. Muchos de ellos recordaban sus propias vivencias y sueños, mientras que otros simplemente se dejaban llevar por la música y el ritmo del flamenco.

Con el golpe de las primeras notas, las niñas comenzaron a danzar. Sus pies, enérgicos y enérgicamente acompasados, marcaban el compás en el suelo, mientras sus brazos dibujaban líneas en el aire. El sonido de las panderetas complementaba la melodía, creando una atmósfera mágica que llenaba el corazón de todos los presentes.

Las sonrisas se multiplicaban entre los ancianos; algunos seguían el ritmo con las manos, otros aplaudían con fuerza. Se podía notar cómo el baile rescataba memorias de un pasado vibrante, donde muchos de ellos habían disfrutado de fiestas y celebraciones llenas de música y danza.

Al finalizar la actuación, las niñas recibieron una cálida ovación. Los ancianos no escatimaron en elogios, agradeciendo la frescura y la pasión que les habían regalado. Una señora mayor, con lágrimas en los ojos, comentó emocionada: “Gracias, pequeñas”.

Fue un momento de conexión intergeneracional que dejó huellas en todos los corazones. Las niñas, sintiéndose orgullosas y felices, sabían que habían logrado algo especial: no solo habían compartido su talento, sino que también habían traído un poco de vida y alegría al hogar de aquellos que, aunque portadores de historias y recuerdos, a veces necesitaban un empujón de esperanza.

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